Mis Letras


En esta sección aparecen textos escritos por mí. Han ido surgiendo a lo largo del tiempo y a lo ancho del espacio hasta llegar a este aquí, a tus manos. Cada texto juega a convertirse en un ser autónomo que me refleja y me completa y que confirma que los frutos de este viaje piel adentro siempre merecen la pena. Aquí te dejo con mis palabras, que ya son tuyas. Palabras que brotan del centro de mi ser y que, al compartirlas, se expanden inmensas más allá de la esencia que las dio a luz.



ALMA 

Con sólo mirar, con sólo asomarse más allá del marco oscuro de la ventana, el alma se despierta expandiéndose inmensa más allá de los límites de su amanecer. Entonces nada importa, todo vale… ser río alegre, fluido e impulsivo… ser agua calma, paciente allá, bajo el hielo. Todo cabe en su mirar… y entonces, arrebatada de vida, esta alma invita a las nubes a bailar melodías aún no escritas. Embriagada de luz, juega a vestirse de lluvia de domingo para humedecer con besos cada lunes.
Y ella tal cual, tan ella, tan siempre como nunca. Jugando a ser sólida y a ser… y a no ser… Feliz de repiquetear ligera con el viento inventándose brisas de todos los colores. Así, disfrazada de atardecer, nos regala los soles que la engendraron… soles que abrasan pasados y abren puertas por las que asoman, pletóricos, los ahoras. Luz serena que brilla más allá de la luz y del mañana. Porque hoy, porque ahora, volando cimbreante como un aire de tormenta, se estremece juguetona enroscándose sobre sí misma, inmensa, transparente, total. Ella… esa alma, nuestra alma, mi alma, el Alma, capaz a cada instante de crear la sonrisa que dibuja este hoy intenso y precioso.
 

                                                                                Enero de 2012

LUCIENDO, CONFIANDO

¡Qué placer, qué alegría, qué ilusión, qué alivio ver y sentir que somos muchos, cada vez más…!
Muchos los que un día decidimos frenar nuestra inercia y detenernos a escucharnos. De golpe, nos llegaron preguntas que nos impulsaban a cruzar nuevas puertas; preguntas de todos los rincones, preguntas de todos los colores: ¿Por qué me siento vacía si lo tengo todo? ¿Es esto realmente a lo que me quiero dedicar? ¿Lo que hago refleja el fondo de lo que siento? ¿Es él, es ella “la persona”? ¿Por qué los demás no me devuelven ni la mitad de lo que yo entrego? ¿Por qué me siento tan sola si estoy rodeada de amigos? ¿Soy esto que hago? ¿Estoy haciendo esto desde mí y para mí? ¿Y si resulta que soy lo que no sé? ¿Y si en realidad soy mucho más allá de mis límites, mucho más allá de mis miedos y de mis frenos?
Y nos lanzamos… nos lanzamos a ciegas a probar a qué sabe esto de empezar a Ser. Impulsados por la fuerza de las mareas, animados por la persistencia del viento, apoyados por la ternura de la tierra que nos sostiene, nos lanzamos a la aventura de rescatarnos de las garras de nosotros mismos.
Ahí vamos, ahí estamos… Desnudándonos a cada instante. Desvistiendo al alma de esos ropajes viejos y pesados que la ahogan, que la ciegan, que la confunden. Ahí seguimos, encomendándonos al aire de la mañana para que nos guíe, ligeros, por encima de nuestros miedos. Porque ¡cuánto nos asusta nuestra luz…!
Respirar, abrir el pecho, jugar a tocar nuestra inmensidad… todo el espacio creado parece poco para dar cabida a esa luz nueva que va emergiendo. Se va abriendo paso a través de grietas que resquebrajan nuestra pesadez, nuestra dureza, nuestras limitaciones… Nos rompemos lentamente para poder construirnos desde la esencia, desde el centro mismo de nuestro ser.
A veces confiados, a veces asustados, nos vamos perdiendo para poder encontrarnos. Poco a poco, a la vez que nos hacemos amigos de nuestras sombras, vamos perdiendo el miedo a quedar deslumbrados y cegados por nuestra propia luz. Cada vez más plenos, probamos a expandirnos más allá de nuestros poros, más allá de los límites asfixiantes de nuestra piel… hasta llegar a habitar espacios que nunca creímos merecer.
Pero después... ¿qué hacer con tanta luz? ¿Hacia dónde enfocar nuestra intensidad? ¿Cómo seguir brillando inmensos sin temer que los demás puedan sentirse pequeños a nuestro lado? ¿Cómo seguir creyéndonos merecedores de esta plenitud si nos sentimos demasiado solos en nuestra luz?
Tal vez sólo se trate de confiar…
Confiar en que todos, en el fondo de sí mismos, agradecen la luz de nuestra sonrisa.
Confiar en que con cada nuevo amanecer, la Vida nos está regalando un nuevo espacio en el que expandir nuestra alegría.
Confiar en que la fuerza de nuestra luz, lejos de oscurecer, animará a otras luces a brillar con la intensidad que se merecen.Confiar en que el camino hacia el centro de nosotros mismos es el único camino posible.
Confiar en que nunca estamos solos porque las soledades de unos habitan en las soledades de otros.
Confiar en que nuestro silencio interno es la semilla de la paz, allá afuera.
Confiar en que la Vida siempre está cuidándonos, dando lo mejor de sí misma para que nosotros podamos darnos, trascendiendo el miedo.
Confiar en que amándonos a nosotros mismos, estamos amando la inmensidad que contenemos y que nos contiene.
Confiar en que el amor es la clave, es la meta, es el camino…
Confiar en que merecemos amar y ser amados.
Confiar en que somos amor.

Octubre de 2011

DESCANSIENDO EN ESTE MAR DE SILENCIO

Sin pretensiones, sin intentos, sin esfuerzos el mar… es. Es mar sin saberlo, o tal vez sabiéndolo y no le importe. Ajeno al regocijo que provoca sentarse en su orillita y verlo venir, y verlo irse, y verlo venir, y… Sin agotarse nunca, ni tan siquiera temiendo agotarse en un mañana improbable.
A ratos cerca y a ratos lejos; a ratos arriba y a ratos abajo; a ratos espuma y a ratos erizo; a ratos “todavía sí” y a ratos “ya no”. Y todo vale. Todo está bien para el mar, porque todo él es, sin remedio, lo que siempre ha sido y lo que siempre será.
Bramidos rítmicos que pueblan su silencio, que acompasan el mío. Serenidad latente en el rugir de cada ola que estalla espléndida en cada orilla. ¿Y si eso fuera el silencio? ¿Y si todo fuera silencio? Entonces no habría que buscar, ni pretender, ni intentar, ni esperar… tan sólo dejarse ir, dejarse estar, dejarse ser.
Por la mañana el mar estaba en calma. Las aguas serenadas invitaban a flotar sobre sus ondas. Corazón apaciguado, espacio hueco de silencio, vacío de sí mismo, lleno de espuma. Esta tarde, sin grandes ínfulas, ni avisos, ni previsiones, las olas se arrebatan y retuercen sobre sí mismas. Juegan de la mano a estallar al final de su camino y lo hacen con esa electrizante energía que contagia de luz todo lo que roza. El mismo mar y, sin embargo, tan distinto, tan él, tan todo… Calma que contiene la semilla de la agitación y que engendra, a su vez, inquietud preñada de paz.
Todo vale, todo es, todo está en el mar y en mí, en ti, en todos. Y cuando olvide en qué recóndito lugar se esconde mi silencio, sólo con mirar el mar lo sabré: que está, que siempre ha estado. Que soy silencio, a veces tortuoso, a veces armonioso… El mar lo sabe: ya soy todo lo que deseo ser porque ya soy ola y ya soy onda, ya soy todas las bellas e irremediables polaridades que me habitan.
Qué hermoso y ejemplar vivir este del mar, mostrando cómo ser desde la plenitud de la ola sin pretender serlo para siempre. Qué difícil no querer de eso siempre, no engancharse, no apegarse a lo que creo que me nutre y que me abraza. Pero, ¿cómo no querer más de eso? Y si no lo retengo, ¿cómo sé que eso o ese volverá a mí? ¿Cómo no intervenir para alargar esa cresta de esa ola que me hace sentir el calor reconfortante de otra piel? Soltar, arrojar al aire expectativas, pretensiones, calculados encuentros, y… confiar…
Confiar en que cada ola se gesta en la calma de la simple onda, allá abajo, en la quietud necesaria del no-hacer. Confiar en que si dos gotas de mar tienen que volver a encontrarse saltando juntas en otra ola, ese paseo ocurrirá sin esfuerzo, sin que ellas siquiera lo hayan pretendido. Confiar, aprendiendo a que no se me muera el corazón de frío mientras esa nueva ola llega. Aprendiendo a llenar ese hueco con el abrazo del aire y con la caricia de los peces de colores que juguetean entre mis pies.
Porque todo es ya. Todo llega cuando me retiro, cuando suelto, cuando entrego el esfuerzo al viento y me tumbo, rendida, en el regazo amoroso de la orilla.

Julio de 2011



VIVIR NUESTRA PASIÓN

Un ejemplo hermoso de la pasión que nos mueve al intentar lograr aquello que amamos, nos lo ofrece la historia de Juan Salvador Gaviota. Mientras el resto de las gaviotas vuelan guiadas sólo por su impulso de buscar comida, a Juan Salvador, lo que más le gusta en el mundo es volar, sólo por el placer de volar. Practica y practica, trabajando al máximo de su habilidad para lograr no perder el control a alta velocidad. Oscilando entre logros y fracasos, llega un momento en que consigue más frustraciones que otra cosa. Así que, aparentemente rendido ante el hecho de no poder volar a gran velocidad, reflexiona: “No hay forma de evitarlo, soy gaviota. Soy limitado por naturaleza. Si estuviese destinado a volar a alta velocidad, tendría las alas cortas de un halcón, y comería ratones en lugar de peces. Tengo que olvidar estas tonterías. Tengo que estar contento de ser como soy: una pobre y limitada gaviota”. Llegado este punto podríamos pensar que Juan Salvador ha dejado de darse cabezazos contra la misma pared; que ha aprendido la inutilidad de esforzarse en ir hacia un objetivo demasiado costoso. En un primer momento, se encuentra mejor, reconfortado por su decisión de ser como otro cualquiera de la bandada. Ahora parece que ya no hay nada que le ate a la fuerza que le impulsa a aprender, no hay más desafíos ni más fracasos… Pero su pasión, demasiado ardiente, le obliga a rendirse a la evidencia de que esas promesas sólo existen para las gaviotas que aceptan lo corriente. A él sólo le mueve la idea de que “podremos alzarnos sobre nuestra ignorancia, podremos descubrirnos como criaturas de perfección, inteligencia y habilidad. ¡Podremos ser libres! ¡Podremos aprender a volar!”.
Todos sabemos que el atrevimiento y el deseo de intentar expandirnos más allá de nuestros asfixiantes y restrictivos límites, muchas veces nos conduce al aislamiento y al desprecio por parte de los demás. Así, Juan Salvador Gaviota, sufre el destierro de la bandada que no puede tolerar que uno de sus miembros viole la seguridad de sus rígidos límites. Aunque la bandada acepta que la vida es lo desconocido y lo irreconocible, para ella, lo primordial es preservar una especie, la suya, aparentemente destinada a comer y vivir el mayor tiempo posible.
La belleza del impulso que nos lleva a intentar algo nuevo, desafiante, peligroso incluso, no es transferible de unos a otros. Debemos aprender a aceptar que lo que nos mueve a unos desde lo profundo, no tiene por qué coincidir con lo que a otros les hace vibrar. Esta renuncia no resulta fácil, sobre todo cuando uno siente la certeza de que su propio camino es el que de verdad podría darnos a todos las claves del bienestar y la alegría. Por eso, lo que realmente le pesa a Juan Salvador, no es tanto la soledad de su exilio, sino el ver que las otras gaviotas se niegan a creer en la gloria que les espera al volar; que se niegan a abrir sus ojos y a ver. Finalmente, lo que cuenta, es que él ha aprendido a volar y no se arrepiente del precio que ha tenido que pagar.
En su intento por ser libre, la mayor enseñanza y regalo que nos hace Juan Salvador Gaviota es que todos tenemos la libertad de intentar ser nosotros mismos, nuestro verdadero Ser, aquí y ahora, y que no hay nada que nos lo pueda impedir. En nuestro caso, no importa tanto si elegimos o no aprender a volar. Lo importante es no olvidar que somos libres de ir donde queramos y de ser lo que somos. Movidos por un ardiente deseo de querer ir más allá, la clave la encontramos mirando el mundo desde nuestra ilusión, descubriendo lo que ya sabemos, hallando nuestra única e inimitable manera de volar… libres de esfuerzo, impulsados por el fuego del corazón.

Marzo 2011

PRIMAVEREANDO

Hoy, día lluvioso y gris, aún enfundada en mi grueso abrigo de invierno, he recibido sin esperármelo el regalo del primer “golpe” de azahar... Como la sonrisa fresca y fugaz de un niño con el que te cruzas por la calle; como ese rayo de sol invernal que se cuela entre las cortinas y te roza la cara, regalándote un abrazo de calor reconfortante. Así, como si nada, sin disimulo ninguno, ha venido a verme la primavera, anunciando tentadoramente la explosión de colores, de aromas y de luces que están a punto de inundarnos a todos por dentro y por fuera. Y mi alma, mi cuerpo, mi ser al completo han inspirado la potencia de ese presente absoluto, todo aroma, sentidos, piel, cielo.
Con esta visita imprevista y largamente esperada, miro atrás y comprendo que la oscuridad penetrante y solitaria de las profundidades es necesaria para que el germen brote, para que lo verde vea la luz. Durante largas etapas de oscuridad, me consolaba saber que el despertar a la primavera no empieza en la superficie, sino debajo. Incluso cuando la primavera va dejando paso a otros tiempos, reconforta encontrar pruebas de que ese calor permanece en la tierra, en lo profundo de su vientre, albergando la promesa de nuevos renaceres. Fascinación por los procesos que se repiten a través del tiempo y que nos permiten seguir creciendo en la imprevisible certeza del fluir. Crecer una y otra vez, impulsados por la fuerza de la luz, de las mareas, de la vida en explosión. Acompañados por la obra permanente y etérea, la verdadera obra que es el cambio.
La vida concentrada intensamente en ese instante, cargada de belleza cíclica, de belleza única. Y yo, danzando alrededor de sus ciclos, de mis vaivenes, me siento árbol y aroma y flor… me siento. Y sonrío, dejándome inundar por esta paz, por este ahora, por este ser que es. Dejándome impregnar por este amor que huelo, por este amor que siento, por este amor que soy.

Marzo de 2011


SER RÍO

Ser río, línea impredecible y sinuosa que recorre sus ciclos impulsada por el viento, por las lluvias, por el sol, por el mar. Ser sendero móvil que cohesiona los lugares por los que pasa, que los crea y moldea desde su corriente. Ser río, y no sólo de agua, sino río de piedras y río de animales y río de árboles. Porque quien es río no depende del agua para ser. Hablamos del fluir… río de crecimiento que recorre la tierra, inventándola.
Como hojas verdes enlazadas entre sí, me deslizo sinuosa río abajo. Acaricio la corriente con el sensual desenrosque de mi ser, mostrándome distinta a cada instante… y sin embargo, tan yo, tan verde, tan río. Me dejo saludar por las rocas que surgen en mi transcurrir, y en las que detengo, por instantes, mi irremediable fluir. Me expando coqueta a todo lo ancho del río, dibujando curvas momentáneas que acarician la superficie del agua, transformándola por un instante y para siempre. Transcurro despreocupada y feliz a través de la liviana solidez de mis formas, jugando a ratos a ser líquida. Impulsada por una fuerza inmensa y suave, me reinvento en cada gota. Cada curva que soy, cada ondulación que creo, despiertan la viveza de mi piel y la capacidad infinita de sentir, de sentirme. Desplegada, estirada, expandida, inmensa dentro de mí, me hago río, soy río.
Septiembre 2010

RÍO ABAJO

Qué inmenso regalo el sentir que todo lo que siempre he estado buscando y anhelando con una profunda sensación de pérdida y desamparo, ya está ahí… Siempre ha estado, sólo que no sabía que el alma también necesita ojos para ver y piel para sentir los estremecimientos que la alimentan.
Qué hermoso sentir que los oídos de cada una de mis células quieren abrirse a los susurros de la vida… esa vida, tan paciente, perseverante y leal, que nunca se ha cansado de hablarme a pesar de mi sordera. Ganas de correr a abrazar a esta vida y decirle que ya nunca más la ignoraré, y que la querré, y la cuidaré, y la disfrutaré, y la reiré… y la viviré con toda mi alma.
Como un río, las aguas arrastran corriente abajo parte de lo que soy. Y me voy deslabazando poco a poco, desordenándome, deshaciéndome, igual que una estructura de palos empujada por la corriente en su fluir inevitable hacia el mar. Y desordenada, me voy sintiendo resurgir hermosa y fuerte desde un nuevo y perfecto caos. Vestida de domingo, con el traje del alma recién planchado, decido entregarme a los inquietantes y prometedores remolinos que forma el agua en cada curva, en cada desnivel. Y no hay pérdida, ni nostalgia… Inútil desgastarme en el intento de aferrarme a la forma primigenia de lo que soy o de lo que fui. Por fin parece que voy comprendiendo que decidir dejar de luchar contracorriente implica comprometerme con el desafiante y apasionante misterio de vivir. Como pasar a otro plano, a otro mundo, llegándome así la certeza de que con ese soltar, estoy tocando el corazón de la vida porque acepto y me rindo a su fuerza transformadora... a sus regalos.
Y en silencio, ese silencio hueco que surge en la paz del rendirse, observo cómo se alejan río abajo las estructuras que, debilitadas ya, no pueden seguir sosteniendo mi miedo, mi control, mi resistencia… Y poco a poco comprendo que ver algo que nunca había visto me devuelve una nueva forma de sentir... sentir desde el silencio del corazón serenándose.
Desde este vacío pleno y silencioso, consigo oír no sólo los latidos de mi corazón, sino los tuyos, los de todos, los de la vida. Mi corazón… corazón que -ahora me voy dando cuenta- siempre ha vivido con los brazos abiertos deseando darse y expandirse; deseando compartir la belleza del resurgir de eso que siempre ha estado ahí, siendo, esperando a ser sentido. 
Septiembre de 2010